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El Estado Posdemocrático

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Por: José Ramón Narváez Hernández[1]

El Estado en crisis

El Estado fracasó como institución aglutinadora de la organización social, el negarnos a aceptarlo está generando graves problemas. Con la democracia como sistema de gobierno sucede lo mismo, seguimos apuntalando algo que a todas luces tendrá que derrumbarse; esta doble sensación de orfandad y desorientación genera una actitud política no tan conveniente, por un lado, apatía ciudadana, por el otro, oportunismo de parte de la clase política gobernante[2].

Seguir hablando de democracia sin concretizarla, sin dotarla de un contenido claro, genera una inflación que la devalúa, todo se dice democrático sin serlo; cada vez menos personas entienden por qué es necesaria o en qué consiste, tampoco ayuda mucho hacerla identificar sólo con ciertas instituciones cuando se trataría de una labor constante de toda la sociedad[3].

Todo comenzó con el desgaste del principio de representación, la democracia deliberativa no garantizó conexión alguna entre gobernados y gobernantes[4]; el gobierno se convirtió en una constante y abusiva campaña electoral permanente[5], sólo publicidad que sirviera para evitar mantener un poco más el poder.

El sistema jurídico acompañó con beneplácito este estancamiento social, se acomodó y creó interesantes mecanismos que compartieron este efecto retardante, la fórmula es sencilla: promete, pero no concretes demasiado; la gestión de la esperanza se tornó el principal instrumento de gobierno[6].

El invento más eficaz para lograr este sofisticado control social se llamó constitucionalismo.

En algún momento la gestión de la esperanza fue sustituida por la gestión del miedo[7], el Estado aprendió a modular su discurso y pasó de las promesas de acceso a bienes, servicios, derechos y libertades, a las promesas de evitar que los ciudadanos fueran afectados por enemigos externos e internos; luego de a poco, fue combinando ambas estrategias, y se olvidó de su principal objetivo, lograr el bien común, lo cual supone conocer las necesidades primordiales de sus gobernados, digamos que la profesionalización del Estado significó su desocialización por un lado y la despolitización de la sociedad por otro[8].

El Estado dejó hace tiempo de suponer sociedad y se convirtió en sinónimo de gobierno, todavía hay quien ingenuamente -o peor aún, por malicia- cree que la sociedad sigue siendo elemento del Estado. Reforma del Estado, reforma Constitucional, significan poco para la sociedad, son espacios de pugna política casi siempre en nombre de la democracia, pero no de la sociedad[9].

El constitucionalismo cómplice de la crisis

La Constitución que debía significar construcción social, se convirtió en un texto, en proceso, en técnica, en hermenéutica; excelente pretexto para alejar lo más posible de la sociedad una potencial colaboración o participación, la representación política fue siempre la mejor excusa. Un montaje jurídico extrapolado desde el derecho privado hacia el público, lo que en derecho civil tiene sentido porque se trata de un contrato entre partes identificables y con repercusiones ante el incumplimiento de una de ellas, en lo público se torna inaplicable por la desproporción de fuerzas entre los contratantes, es muy difícil enfrentarse al Estado, y aunque se insiste es crear controles para responsabilizarlo y poderle exigir algo, pareciera que el mecanismo sigue siendo el mismo, extender las promesas, ahora a través del denominado derecho procesal constitucional, demande al Estado ya veremos si le responde y si no le responde está la instancia internacional, de nuevo promesas y gestión de tiempo[10].

Lo que parecen grandes logros desde una perspectiva, podrían ser en realidad grandes fracasos para la sociedad, instrumentos constitucionales llenos de sofisticada complejidad, sólo accesibles a unos cuantos expertos, y aunque algunas veces esos instrumentos funcionen eso no significa que esa sea la única solución, es más, la justicia debería ser la generalidad no la excepción[11].

Por eso el constitucionalismo parece a veces tan esotérico, con ese lenguaje rimbombante y místico; fue ahí donde se refugió en gran medida ese sentido mítico necesario en el derecho para dotarlo de cierta autoridad, lo que Cass Sunstein llama el elemento evocativo[12]. Lo que no podemos hacer es confundir la forma con el fondo, el que se requiera cierta solemnidad o cierto lenguaje no debiera ser impedimento para que eso produzca un alejamiento de la sociedad, un tipo de clasismo y utilización sectaria y críptica de la Constitución.

En el Estado posdemocrático la Constitución se convirtió en pre-texto, en trofeo político, en justificación para ciertos abusos: extractivismo, segregación, explotación capitalista y un largo etcétera, ya sé que alguien dirá: pero no tenemos otra manera de hacerlo -en el mejor de los casos, en el peor se han beneficiado de ello- y ni si quiera me voy a meter al tema de constitucionalismo abusivo porque es apenas la punta del iceberg; las Cortes siempre han sido condescendientes, la justicia constitucional es una falsa esperanza, tal vez más cruel porque más vistosa y ostentosa; hay quien al día de hoy habla de contrapesos.

¿Qué hacemos con la Democracia?

Así que no importa si se ataca o defiende la democracia, en aquel concepto no está la sociedad, es más bien la lucha de egos; porque aun estando una porción de la sociedad, no están incluidos otros ecosistemas, el medio ambiente, otras especies, para que haya una posibilidad de subsistencia.

Necesitamos entonces un sistema societario donde la vida sea el punto de partida. Donde todos los seres vivos cuenten, donde los seres sintientes tengan un espacio y haya un afán común por la subsistencia. Biocacia[13] le dicen, y podría ser la solución ante el desgaste que han sufrido conceptos como Estado y Democracia.

Hay en el denominado nuevo constitucionalismo latinoamericano cierta intuición acerca de estos temas, imagino que en este punto perderé la atención de algunos lectores que dirán que esos modelos fracasaron, pero en realidad fracasaron porque siguieron el mismo camino de lo que he venido criticando cuando la sociedad deja de contar y comienza la clase política a operarlo, además de que esos modelos han enfrentado con poco éxito al capitalismo y el poder corporativo[14].

Pero lo que tendríamos que aprovechar de esas intuiciones son los planteamientos disruptivos de democracia directa y participación política ciudadana, pero para ello es necesario un cambio cultural cuya semilla parece estar germinando en nuestras sociedades posdemocráticas aún de manera muy burda, atisbamos que la solución no está en el Estado y mucho menos en la clase política, y que por ello es necesario involucrarnos, paradójicamente urge democratizar la democracia[15].

¿Qué hacemos con el Estado constitucional?

Y ahora llegamos a la pregunta más complicada ¿tendría que seguir siendo el Estado la organización política por antonomasia?

La condición del Estado posdemocrático justo nos ha llevado a hacernos esa pregunta, tal vez desde ciertas posturas teóricas se planteó en algún momento, pero hoy la pregunta tiene sentido, porque son muchas las áreas de la vida pública donde el Estado no está presente y justamente la insistencia de los constitucionalistas que exigen la inmediata estatalización de toda área a través de la idea del Estado de derecho, hace pensar que quizá deberíamos comenzar a ser más conscientes de una realidad constitucional distinta o al menos más allá del Estado.

Dicho de otra manera: el Estado posdemocrático ha permitido la existencia de fenómenos paraestatales democráticos y no democráticos, y a menos que la democracia sea sólo posible a través del Estado, en la realidad asistimos a fenómenos políticos plenamente liberados de la carga estatal, y que, aunque el Estado pretenda cooptarlos termina siendo insuficiente su pretensión.

Debemos profundizar en los fenómenos sociales comunitarios en los que creyó mirar un tipo distinto de organización política el nuevo constitucionalismo latinoamericano, quizá ahí haya algunas respuestas, pero para ello tendremos que recurrir a un análisis decolonial del constitucionalismo que es difícil emprender dentro del propio constitucionalismo contemporáneo forjado en una tradición eurocéntrica con chispas de common law, aquí la primera tarea en una historia constitucional diferente, hecha desde el pluralismo jurídico; luego sería necesario incorporar la antropología y la sociología para elaborar una cartografía de las culturas constitucionales.

El Estado cibernético

El otro sector emergente desconstitucionalizado es el tecnológico, hay cada vez más espacios digitales donde la vida pública se desarrolla más allá del Estado, y si bien no es la organización social más equitativa que podría existir no podemos evitar formular algunas propuestas respecto de posibles repercusiones en el ámbito de la participación política ciudadana.

El Estado posdemocrático cibernético exacerba las características con las que nació el Estado moderno: control de la información, monopolización de fuentes de producción normativa, confianza absoluta en la infraestructura, apuesta al discurso político y gestión de la esperanza.

El e-gobierno parece abrirse, transparentarse, pero es en realidad a paraciencia, de nuevo el mecanismo retardante, ciudadano fiscalízame, mírame, cuestióname; pero sigo teniendo el control sobre lo que miras y sobre las posibles responsabilidades derivadas de alguna falta que identifiques, de nuevo el derecho adjetivo constitucional como mecanismo de gestión de esa esperanza[16]. La lucha sigue siendo desigual, el Estado puede acceder a bases de datos para poder controlar a los inermes ciudadanos que buscan una oportunidad para hacerse justicia, pero el Estado a su vez está indefenso frente a otros poderes con mejores oportunidades en el uso de esas mismas tecnologías.

Los ciudadanos quedamos expuestos y la opresión se intensifica, de nuevo la democracia como aspiración, pero no como realidad, la sensación aparente de participar en la vida pública a través de las redes sociales hace más urgente la ciudadanización de esos espacios.

¿Constitucionalismo digital? Quizá, siempre y cuando sea plural, realmente democrático; con una fuerte matriz histórica y a partir de parámetros biocráticos. Un constitucionalismo plenamente colaborativo, sobre la base de un crowdsourcing horizontal que aprovecha las herramientas tecnológicas para el fomento del bien común.

Más allá del Estado

El Estado como organización social y política tiene un problema de origen, su esencia es conservadora, dejar lo que está, hacer que permanente el statu quo, muy en sintonía con la modernidad; la complejidad actual, incluida la que las tecnologías y el pluralismo plantean supone modelos más dinámicos y flexibles, la posdemocracia es contradictoria porque hace aún utiliza categorías modernas basadas en una ideología hegemónica y excluyente, pero a la vez comienza a aceptar una realidad cambiante y diversa que pretende ser incluyente, es más, la política occidental cifra su éxito en la entronización de una especie de derivado del principio de no contradicción, en este caso lo que está no puede no estar, y lo que no está no puede estar; pero en una sociedad compleja el principio de no contradicción si bien sigue presente ahora debe hacerlo de manera completa porque para que se cumpla debe ser en el mismo tiempo y el mismo sentido y puesto que ya no se puede argumentar desde la naturaleza de las cosas porque siempre media la interpretación entonces el diálogo es siempre necesario, esto supone la emancipación de la argumentación y que se convierta en una facultad ciudadana prioritaria en los sistemas educativos porque hoy es sólo instrumento de un pequeño sector.

¿Tendría entonces que seguirse llamando Estado y tener el diseño que hasta hoy ha tenido? Creo que nos queda claro que se trata de algo más que el nombre, pero sin duda hablar hoy de Estado Nación debería implicar una revisión y la discusión debería ser amplia y plural.

La posible desazón que el lector pueda sentir frente a estas provocaciones sólo demuestra que provenimos de una etapa en la que a pesar de decirnos demócratas muy pocas cosas eran discutibles, comenzando por la idea de Estado.

El descubrimiento de la complejidad como concepto multidisciplinario, la idea de la sociedad del conocimiento y ciudadanía digital; plantean retos insondables para los estudiosos del Estado, necesitamos nuevas categorías y aún más, nuevas metodologías, la organización social requiere de mucho entusiasmo por el cambio y la variedad.

El Estado posdemocrático es cada vez menos Estado, y quizá eso no es tan malo, entonces esto implicaría un diagnóstico para un remedio, más que una reformulación, el pensamiento occidental pocas veces acepta sus yerros y suele insistir -tenaz o neciamente- en los modelos que ha impuesto a nivel global, y ¿Qué tal si partiéramos de un tipo de realismo filosófico para una crítica honesta hacia el Estado?


[1] Escuela Judicial Electoral.

[2] De hecho, se viene hablando de crisis desde la década de los setentas, por ejemplo: Lechner, Norbert. “La crisis del estado en América Latina.” Revista mexicana de Sociología, 1977: 389-426.

[3] Podríamos denominar a este fenómeno como vacuidad democrática (Cfr. Mair, Peter. Gobernando el vacío. Alianza editorial, 2016.)

[4] Giraldo Jiménez, Fabio Humberto, “Crisis de la representación política.” Estudios Políticos 03, 1993: 7-12.

[5] Ornstein, Norman J. The permanent campaign and its future. American Enterprise Institute, 2000.

[6] En este punto siempre me gusta citar un cuento que describe mejor que cualquier texto erudito lo que intento decir: Kafka, Franz. Ante la ley. NoBooks Editorial, 2016.

[7]Cfr.  Bauman, Zygmunt. Miedo Líquido: la sociedad contemporánea y sus miedos líquidos. Paidós. Buenos Aires, 2006)

[8] Esposito, Roberto. Categorías de lo impolítico. Katz editores, 2006.

[9] Lewkowicz, Ignacio. “Pensar sin Estado: la subjetividad en la era de la fluidez.” Espacios del saber. 2008.

[10] Wolkmer, Antonio Carlos, Pluralismo crítico e perspectivas para um novo constitucionalismo na América Latina. en: Antonio Carlos Wolkmer. Constitucionalismo latino-americano. Tendencias contemporáneas, Curitiba: Juruá Editora, 2013.

[11] Neto, Moysés Pinto. “A Matriz Oculta do Direito Moderno: crítica do constitucionalismo contemporâneo.  “Cuadernos de Ética e Filosofia Política 2.17, 2010: 131-152.

[12] Sunstein, Cass R. “The ethics of nudging.” Yale J. on Reg. 32 (2015): 413.

[13] Narváez H., J.R. “Hablemos de Biocracia” Axis, Escuela Judicial Electoral, México (2023) Disponible digitalmente: https://www.te.gob.mx/blogEje/front/publicaciones/busqueda/819 (consultado el 03/03/2023)

[14] Salazar Ugarte, Pedro. “El nuevo constitucionalismo latinoamericano (una perspectiva crítica).” En: El constitucionalismo contemporáneo. Homenaje a Jorge Carpizo, UNAM, 2013: 345-387.

[15] Esto ya se había apuntado desde el siglo pasado: Sartori, Giovanni, R. Dahl, and F. Vallespín. “El futuro de la democracia.” Claves de la razón práctica 97, 1999: 4-9.

[16] Criado, J. Ignacio, and J. Ramón Gil-García. “Gobierno electrónico, gestión y políticas públicas: Estado actual y tendencias futuras en América Latina.” Gestión y política pública 22.SPE, 2013: 03-48.


Para citar: José Ramón Narváez Hernández, “El Estado Posdemocrático” en Blog Revista Derecho del Estado, 29 de marzo de 2023. Disponible en: blogrevistaderechoestado.uexternado.edu.co/2023/03/29/el-estado-posdemocratico-2/