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La democracia: un mal necesario en tiempos convulsionados

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Por: Diego Andrés Diaz García[1]

A lo largo de la historia reciente de la humanidad, hemos sido testigos de cómo el modelo democrático ha prevalecido en sociedades de todo el mundo. Es evidente que la democracia existe y pervive en diversas formas a nivel global. Esta situación resulta paradójica, ya que la democracia se ha presentado como una solución universal, y en muchos aspectos, lo es. Sin embargo, como todo lo que ocurre en nuestro complejo mundo, está lejos de alcanzar la perfección, y dista aún más de la forma de democracia pensada y desarrollada por los antiguos pensadores.

A simple vista, este texto podría parecer una crítica al sistema político más arraigado en la era contemporánea. No obstante, es importante destacar que más allá de ser una crítica, busca resaltar la importancia de un sistema político y de gobierno que, a pesar de sus defectos, sigue siendo la mejor opción, especialmente en tiempos en los que las pasiones, los caprichos y la sed de poder nublan el juicio de nuestros líderes.

En cierto sentido, podríamos plantearnos la siguiente pregunta: ¿Cuáles podrían ser las consecuencias negativas de este sistema político y de gobierno? Es cierto que, si nos adentramos en cada una de ellas, terminaríamos escribiendo tratado sobre el tema y no llegaríamos a respuestas satisfactorias para quienes se acercan a este texto. Por lo tanto, es oportuno enfocarnos en lo siguiente: El sistema democrático, en su esencia, presenta muchas virtudes, ya que teóricamente permite la expresión de la voluntad de toda la sociedad, al brindar la oportunidad de elegir a sus gobernantes por un período determinado. Sin embargo, en la realidad actual, esta premisa fundamental se desdibuja, ya que en todo el mundo podemos observar que esto no sucede como se supone. Es evidente que los líderes contemporáneos no reflejan los ideales y convicciones de las personas que los eligen de manera libre, espontánea y con la sincera esperanza de un futuro mejor.

Lo expresado puede encontrar ejemplos en varios países del continente europeo y en naciones latinoamericanas. En este sentido, es válido cuestionarse si países como Colombia, Chile, Venezuela, Bolivia y Argentina podrían ejemplificar lo que se ha planteado en estas líneas. Determinar si efectivamente son ejemplos o no sería apresurado y podría generar opiniones divididas. Sin embargo, lo que es innegable es que estos países ponen de manifiesto que la democracia sigue siendo un mal necesario.

Ahora bien, muchos se preguntarán el por qué de catalogar la democracia como un “mal necesario” cuando tiene tantas virtudes. Es cierto que la democracia, ya sea en su forma más básica o sin profundizar en sus diversas tipologías, permite que la población hábil de una sociedad pueda tomar decisiones fundamentales para su propia comunidad. Por ejemplo, elegir a sus líderes, establecer leyes y ejercer control político sobre los gobernantes electos, entre otras cosas. Sin embargo, esto también abre la puerta a la posibilidad de que sociedades, con una serie de complejidades, sean gobernadas y dirigidas por individuos que carecen de conocimientos, que dejan en evidencia su total desprecio por la ciencia, la técnica, la gestión y, en general, por personas que objetivamente no reúnen las cualidades necesarias para participar en decisiones trascendentales que determinen el rumbo de una sociedad.

Si analizamos casos específicos, como el de Colombia, resulta de suma importancia examinar lo que establece el artículo 40 de la Constitución Política. Este artículo sostiene que todo ciudadano tiene el derecho de participar en el poder político y una de las formas de ejercer ese poder es eligiendo y siendo elegido, así como la posibilidad de formar partidos y movimientos políticos. Además, si observamos el artículo 191 de nuestra constitución, encontramos que, para ocupar la más alta posición del país, es decir, la presidencia, se requieren únicamente tres (3) condiciones: i) ser colombiano por nacimiento, ii) ser ciudadano en ejercicio y iii) tener más de treinta años.

Resulta intrigante notar que cualquier individuo con estas características, es decir, ser mayor de treinta años, ciudadano en ejercicio y colombiano por nacimiento, tiene la oportunidad de liderar el destino de nuestra nación y tomar decisiones de gran relevancia. Emitir juicios de valor (positivos o negativos) sobre esta situación sería un error grave. No obstante, esto debería impulsarnos a reflexionar sobre la posibilidad de que cualquier persona, independientemente de su nivel de conocimiento (entendido como la comprensión de una ciencia o arte en particular), pueda aspirar a dirigirnos. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Es esta la verdadera voluntad del pueblo? En mi opinión, no lo es, pero la realidad nos muestra que aparentemente sí lo es, y oponerse a la realidad sería de necios e insensatos.

Ahora bien, lo planteado anteriormente no debe llevarnos a extremos absurdos, como la idea de cambiar de democracias a tecnocracias, ya que esa también sería una error significativo. Más bien, lo que esto nos insta a reflexionar es por qué no exigimos mayores cualificaciones y habilidades a nuestros líderes. En nuestro caso, los legisladores desconocen por completo nuestro sistema jurídico y normativo, lo cual resulta en la creación de leyes irracionales. Los directores de grandes empresas públicas a menudo carecen de conocimientos en administración eficiente, los ministros pueden ser ignorantes sobre los asuntos bajo su cargo, y los alcaldes a veces no comprenden que su función va más allá de la construcción de obras públicas. Además, otras figuras políticas de gran relevancia, como los concejos y las asambleas, a menudo ceden terreno porque quienes ocupan sus escaños, más allá de buscar beneficios personales, ignoran las dinámicas y la importancia que estas instituciones tienen para ejercer el control político.

¿Representa esto la voluntad de los ciudadanos? Es evidente que no lo hace. Puede ser el resultado de decisiones mayoritarias, pero personalmente, me resulta inconcebible que la voluntad de las sociedades sea sumirse en la ignorancia absoluta y la descoordinación.

Hasta ahora, lo que hemos discutido nos permite comprender una de las complejidades fundamentales de los sistemas democráticos: la posibilidad de que nos gobiernen personas incompetentes, inadecuadas o con un notable desconocimiento sobre el cargo a ocupar. Sin embargo, al mismo tiempo, esta limitación evita la materialización de sistemas políticos aún más perjudiciales, como las dictaduras o los totalitarismos. Si examinamos detenidamente, podemos afirmar que, en teoría, las democracias son instituciones robustas que controlan a sus líderes y representan la voluntad del pueblo, mientras que, en otros sistemas políticos, estas características brillan por su ausencia. Sin embargo, en todos los casos, o sistemas políticos, así sea en apariencia parece que la sociedad está a merced de los caprichos, las pasiones y las carencias conceptuales de quienes ostentan el poder.

Me gustaría concluir este escrito enfatizando que considero que soy un firme defensor del sistema democrático y sinceramente creo que, a pesar de sus complejidades y desafíos, es el mejor sistema político y de gobierno al que una sociedad puede aspirar. No obstante, también creo que en estos tiempos de improvisación, desconocimiento, caprichos y un alto grado de irracionalidad pasional e ideológica, es crucial reflexionar sobre las condiciones, tanto técnicas como humanas, que un ciudadano debería cumplir para liderar o influir en el rumbo de nuestra nación.

En mi opinión, es sumamente cuestionable que se considere siquiera como una posibilidad que el destino de nuestra sociedad esté en manos de un ciudadano mayor de treinta años que haya nacido en territorio nacional, más aún en estos tiempos de agitación y “cambios”, por lo anterior, esta circunstancia materializa el escenario propicio para que las sociedades contemporáneas reflexionen sobre el tipo de sociedad que desean.  Ahora bien, es relevante preguntarnos por qué no adoptar las formas democráticas de los antiguos pensadores, donde había prevalencia de la racionalidad y  de las mentes con inteligencias altamente agudas, en tiempos actuales es posible encontrar personas con esas condiciones,  pensar que actualmente estas cualidades son inexistentes sería un grave error, pues hay individuos brillantes, racionales y benevolentes con quienes les ha elegido.

En la actualidad, en países como el nuestro durante los periodos electorales, la práctica política es lamentablemente deficiente. Las campañas carecen de propuestas sustanciales, debates y argumentos, y el conocimiento técnico escasea. En su lugar, abundan los ataques personales, el deterioro del discurso, la falta de conocimiento, la falta de una visión clara y definida para la sociedad, irradian las propuestas claramente irrealizables y contrarias a cualquier fundamento técnico o jurídico. Los candidatos suelen no representar cualidades positivas para el progreso político y social de su comunidad, y parecen estar motivados principalmente por el deseo de poder y la satisfacción de sus intereses personales, que a menudo se centran en cuestiones puramente económicas y de reconocimiento. Su principal preocupación parece ser que no son ellos quienes controlan  o detentan el poder público en este momento.

¿Estamos condenados a este tipo de liderazgo? ¿Es este el precio que las sociedades deben pagar? Todo indica que sí. La vida implica constantes compromisos y ponderaciones, y en ocasiones, las decisiones pueden no ser las mejores, pero son necesarias porque implican menos riesgos o sacrificios. Parece que las sociedades están destinadas a depender de las decisiones de la mayoría, y aunque no siempre sean las más favorables, es generalmente preferible a la arbitrariedad e irracionalidad de una sola persona. Lo anterior, es el motivo fundamental del porque he titulado este escrito “La democracia: un mal necesario en tiempos convulsionados”. En los tiempos actuales, donde la política se ha alejado de su esencia, el poder democrático o democratizado sirve como una barrera contra las decisiones de los gobernantes, que a menudo parecen basarse en realidades paralelas que son ajenas a cualquier razonamiento lógico.

Finalmente, me gustaría hacer hincapié en que todas estas deficiencias, han sido identificadas por las sociedades y a pesar de que hay un rechazo generalizado hacia aquellos que conciben la política de manera errónea, sin rigurosidad y que creen que la forma correcta de ejercerla es exponiendo errores y desaciertos de quienes los preceden, generando miedos y estigmatizando ciertos sectores sociales, no ha sido suficiente. Hoy en día, nos enfrentamos a la improvisación, a errores políticos, jurídicos y sociales, al capricho, a la irracionalidad, a la supremacía de las inclinaciones ideológicas sobre la razón, y a la estigmatización, los desaciertos y las incongruencias.

Este parece ser el precio que debemos pagar como sociedad por tener un modelo que se considera “estable”, “participativo” y con “instituciones sólidas”. No puedo afirmar categóricamente si este es el modelo ideal, pero sí puedo decir que es el modelo necesario. Aparentemente, es la única forma de contrarrestar el poder de aquellos que lo controlan. Sin embargo, la pregunta de si como sociedad merecemos esta forma de ejercer la política y la democracia es un tema diferente y, en mi opinión, la respuesta es claramente negativa.


[1] Estudiante de Derecho de décimo semestre de la Universidad Pontificia Bolivariana.


Para citar: Diego Andrés Diaz García, “La democracia: un mal necesario en tiempos convulsionados” en Blog Revista Derecho del Estado, 17 de enero de 2024. Disponible en: https://blogrevistaderechoestado.uexternado.edu.co/2024/01/17/la-democracia-un-mal-necesario-en-tiempos-convulsionados/