Facultad de Derecho

Biopolítica: el poder y las epidemias

 

Por: Amaury A. Reyes-Torres

 

1. Las relaciones de poder y la biopolítica

 

郭凡礼.卜基桥. 马忠臣. / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)

 

a. El poder como herramienta de gobierno

El poder puede entenderse de varias formas, en particular cuando se trata sobre las voluntades que se desenvuelven en las relaciones de las personas o sociedad, pero siempre entre un régimen en términos relacionales (Marina, 2008). El poder actúa como la imposición de esa voluntad sobre el cuerpo, en lo punitivo y en las distintas formas jurídicas (Cf. Webber, 1954; R. Dahl, 1957; Naím, 2013; Marramao, 2011).

En términos del gobierno y control, el poder –siguiendo a Foucault– puede circunscribirse en tres aspectos: poder de la soberanía, poder coercitivo lingüístico y el poder disciplinario (Foucault, 2005). Estos aspectos que, a mi juicio, no son excluyentes entre sí y reflejan las relaciones de poder y el gobierno sobre las personas en el juego incierto de la dominación cuando alcanza lo que llamamos el dominio de la vida.

 

b. La biopolítica como poder

 

Las formas del poder, dependiendo de su ámbito de aplicación y finalidad, pueden presentarse como biopoder, así como biopolítica. Con estas dos nociones nos referimos a que el poder tiene algo que decir respecto a la vida y la muerte, así como en los accesorios de estos. Se refiere que el poder, más que interferir o no en lo que haces, incide en la parte biológica o en el bios, al menos, desde dos perspectivas.

 

El Biopoder respecto a los aspectos que implica afirmación de la vida o aspectos positivos, donde el poder sobre el bio es un fin en sí mismo (Foucault, 1976). Pero, la biopolítica refleja las relaciones de poder y voluntades que entran en el terreno en el que decido lo que ha de vivir y lo que ha de morir. La voluntad de poder existente establece las reglas y los objetivos respecto al gobierno de la vida, actuando en el principal escenario que es el cuerpo. Acá el individuo deja de ser para pasar a formar parte de la masa, la población o de la categoría de habitante.

 

No es de extrañar, la vida o bios es el fundamento y el objeto de la política (Possenti, 2013; T. Lemke, 2007), vida que se expresa a través del cuerpo e interesa al poder su forma de desenvolvimiento en la sociedad. Por ejemplo, la relación del gobierno de la vida con las enfermedades; el gobierno de la vida respecto de aquellos que renuncian a la crítica del poder y se someten al poder médico del Estado y la cuestión de moralidad política donde la bios es vigilada (“policed”) por el órgano de control, a propósito del cuerpo de las mujeres, la sexualidad y el sexo.

 

El gobierno de la vida como expresión de la voluntad de lo político no siempre equivale a dominación en el sentido (neo)republicano del término. Pero, cuando existe una intención de dominio o control, el gobierno de la vida tiene la consecuencia de crear jerarquizaciones y regulaciones que no hacen más que hacer efectivas las mismas (Foucault, 2005; Cf. Shapiro, 2019). Observe que la regulación del mundo de la vida, a propósito del hacer vivir y dejar morir, es una relación vertical desigual, donde la categorización de personas se mide sobre lo dispensable o indispensable.

 

Entonces, el poder soberano, poder como voluntad, decide sobre cada aspecto de la vida para conducirla, planificarla, organizarla, así como invadirla (Byung Chul-Hul; Foucault). Aquí el sentido de la forma como se expresa este poder para el gobierno de la vida es la violencia, pero no es una violencia en el entendido tradicional. La violencia puede generarse en la idea de expectativa sobre el cuerpo de no conformar con el poder, así la disciplina se impone. La violencia decide o promueve un estado de cosas propia del efecto de programación u ordenación de la vida.

 

El gobierno sobre el bios no es inocente ni carece de finalidad u objetivos precisos. La discusión de que si compartimos o rechazamos aquellos es otro punto que no viene al caso, de hecho, pudiera estar fuera de la ecuación. El sujeto no es sino un cuerpo sobre el cual se proyecta el poder, sea sobre sí, por otro o de otro; para el poder biológico la afirmación de la vida o existencia puede ser un motivo adecuado de por qué mantener estándares de salubridad o proceder con la constitucionalización y realización del derecho a la salud. Pero, la vocación del sujeto de ser objeto del poder sobre su cuerpo es tendente al dogma colectivo que siempre se traga lo individual; la disciplina del individuo debe obtenerse a toda costa para el beneficio de la población o habitante; aunque lo coercitivo ya no sea la principal forma, lo subrepticio es la nueva forma del poder.

 

2. El rol de la biopolítica en las epidemias y pandemias: COVID-19

 

Las epidemias y pandemias no son extrañas, no son nada nuevo en sí mismas. Lo que sí cambia en la historia es cómo se hace frente y quién ha sido la persona que asume para sí la soberanía sobre el gobierno de la vida; del hacer vivir y dejar morir. El biopoder, entendido quizá en términos de Nietzsche o R. Esposito, puede ser una forma de reafirmación de la vida por medio del cuerpo y el entorno. Podríamos pensar en la ausencia de dominación o instrumentalización del sujeto.

 

Pero, la biopolítica es distinta respecto a la población o habitante, donde la estadística es solo una reforma de referencia útil para el cuerpo social conformado por individuos que son instrumentos de la masa social. En tiempos de epidemias o pandemias, como el caso del COVID-19, la tasa de infección y/o mortalidad requiere una disciplina distinta, porque la sociedad del rendimiento no puede dejar de producir, ni dejar de crear la emergencia necesaria para imponer la nueva disciplina tras la máscara del gobierno de la salud. Por ejemplo, la situación en Texas donde un oficial público reconoció el valor ya desfazado de las personas de la tercera edad; o la interrupción del acceso al aborto por no ser “un servicio esencial” que desperdicia equipos de protección personal, donde realmente los procedimientos no requieren ese tipo de equipos para el nivel médico adecuado.

 

郭凡礼.卜基桥. 马忠臣. / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)

 

El soberano no solo busca decidir sobre la excepción, también sobre la salud, la vida y la muerte. el soberano capitaliza el instrumento de la emergencia sanitaria para acrecentar las desigualdades y revivir algunos mitos necesarios para la afirmación de sí, no del integrante del núcleo población o de habitantes. El diseño del bien común está decidido sin discusión, la bios formaría la estructura para crear la jerarquía entre los cuerpos, valores o culturas como nueva expresión de la teología autocrática.

 

a. Aspectos indirectos del control biopolítico

 

Byung Chul Han tiene razón cuando indica que el poder disciplinario no conserva su esencia como antes. El mejor control es aquel que no se percibe y el ejercicio de la voluntad de poder es aquel que se entrega al soberano. Pero, no todo está tan mal para el poder disciplinario biopolítico porque la epidemia del COVID-19 vuelve a traer la disciplina y hasta su reconfiguración. La disciplina es un elemento necesario de negación de la existencia cuando la salubridad afecta el interés diseñado por la voluntad de poder. El confinamiento actual es la expresión de ese poder disciplinario que vuelve, sobre todo porque el confinamiento hace que la población se retraiga y salga del espacio público.

 

La circulación, reunión y/o asociación limitadas por las formas jurídicas, refuerzan la posición del gobierno de bios que rescata de los individuos en una sociedad democrática el espacio público: el espacio público es del virus. Por ejemplo, durante la epidemia de la influenza de 1918, en República Dominicana se establecieron cuarentenas; se limitó el transporte marítimo y las reuniones públicas. Similares medidas durante los graves brotes de viruelas del siglo XVIII y del siglo XIX, donde el control de la mortalidad se requería para evitar la inmovilidad económica y social.

 

Así vemos el condicionamiento de las vestimentas, más las pautas para salir, entrar y permanecer en casa. Nótese que no siempre es por la buena fe de un bien común producto de una virtud cívica de protegerte para yo luego ser libre; a veces es la oportunidad política del poder se desenvolver su agenda según las condiciones que el espacio público permite, condiciones que el gobierno de la bios delimita.

 

La esencia del control indirecto del poder sobre el hacer vivir y dejar morir, pero, principalmente en las democracias occidentales, la forma de la disciplina es indirecta bajo la idea de que “la libertad depende de los habitantes”. El COVID-19 ha sacado dos formas de disciplina indirecta: A) el llamado public shaming; y B) el panóptico social donde el habitante da información de sí y de otros de las redes sociales. Esto no solo se ejerce vía el funcionario, también por el “habitante” que contribuye cuando no existe individualidad colectiva sino la masa colectiva.

 

b. Aspectos directos del control biopolítico

 

El control biopolítico que define los tiempos del COVID-19 es sobre el cuerpo. El ejercicio de todo poder o prerrogativas políticas/legales tiene como inicio y fin el cuerpo. El cuerpo es el lienzo donde la biopolítica crea su mundo y despliega sus efectos. Basta observar las medidas implementadas en las distintas epidemias y pandemias a través de la historia, en particular durante el COVID-19.

 

Las pandemias hacen del cuerpo algo dispensable o desechable. La auto-restricción, la racionalización del mundo rodeado por la pandemia, la aceptación de la disciplina sanitaria más allá de los límites, alude que la enfermedad es el nuevo lenguaje sobre el que el cuerpo responde. Todo cuerpo va acompañado de la narrativa correspondiente: dominicana, española, colombiana, estadounidense y demás; aceptamos las reglas del nuevo orden en razón del otro, pero, es posible que aceptemos las reglas del nuevo orden porque somos parte del orden y valemos según la tasa de mortalidad, tasa de recuperación o tasa de contagiados. Si esto es así, el cuerpo y sus colaterales valen, pero, no como el individuo con nombre o número de identificación por medio de una cédula, sino un cuerpo dominado para que el poder reclame su jurisdicción y dictar las reglas o, hacernos sentir que tenemos un control.

 

Nótese que existen varias narrativas alrededor el COVID-19: la narrativa de las personas solidarias que se construyen para sí y de sí un escenario de control biopolítico y la narrativa “nacional” donde no valemos sino en razón de la vinculación nacional estadística. Podemos ver una primera aproximación de esto en el anuncio del presidente Trump en la prohibición de viajeros provenientes del espacio Schengen, pero, no así del Reino Unido que en conjunto su nivel de propagación incrementaba por encima de la media europea-schengen; o la limitación de la migración por razones económicas ajenas a la crisis sanitaria.

 

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Bajo los términos de la biopolítica, el COVID-19 supone tres elementos que considero esenciales. El primero es el cambio del individuo como sujeto a la unidad poblacional o habitante. Segundo, la pugna de las medidas sanitarias y el alcance médico; la agonística o bien la lucha amigo y enemigo trasladada respecto a quien puede conseguir las dotaciones de lugar, cómo conseguirlas y mostrarlas a pesar de la corrupción existente. Finalmente, poderes especiales por medio de los estados de excepción que ayuda al gobierno para hacer vivir y dejar morir.

 

Reflexionar en clave de lucha de poder y dónde se lleva esta en el marco sanitario es importante. La lucha por el gobierno de la vida es para que se viva proyectado al futuro. Pero, cuando la normalidad no ayuda a la dominación, la anormalidad que las epidemias y pandemias representan ponen en tensión a la democracia republicana hasta el punto donde el paternalismo encierra la protección de salud, sino poder aparecer como salvador a costa de otros como el Presidente Trump trató de negociar con farmacéuticas alemanes; cese de fondos a organismos internacionales dedicados a la salud; y la retención de equipos sanitarios en aeropuertos extranjeros al haber sido adquiridos a otros países. Que el gobierno sobre el bios no nos lleve a todos para sí mismos, sino al todos por los demás: dejar vivir y permitir morir.